miércoles, 27 de octubre de 2010

A mi padre

A mi padre







Estos días, padre, y en este sol de ocaso


me viene tu recuerdo como un viento caliente,


el viento que en verano acunaba las siestas


y secaba el camino por donde vos llegabas






Recuerdo tus silencios en las noches de lluvia


Cuando, sentados juntos, la abuela contaba historias


y vos te sonreías del miedo y de los muertos


Y decías: “A quien hay que temer es a los vivos”






Luego más tarde supe, padre, que tus temores


venían de muy lejos y habitaban cercanos


en las calles de barro y en las casas de adobe


y te ahogaban el pecho y el corazón cansado






Pocas veces hablaste de la revolución, aunque a veces


nos dejabas que viéramos la cicatriz zigzagueante


que aún tenías en el cuerpo y nosotros pasábamos


los dedos por aquellas testigos del horror del 54






No estuviste en el bando de quienes conquistaron


esa supuesta paz que te trajo el miedo de los días,


el silencio del hambre, la búsqueda imposible


del sueño de un muchacho de veintitantos años.






El miedo de los vivos te ha acompañado siempre.


Y puso entre tus brazos el dolor de las cosas,


cuando Guatemala no era, sino la historia triste


más triste de todas las historias… de la historia






Te recuerdo en la noche cuando en la vieja radio


buscabas entre ruidos que ya estaban prohibidos


la esperada noticia de que, al fin, ese día


un viento bien distinto lo barrería todo






Pero nunca llegó aquello que esperabas


Ni siquiera más tarde, cuando todo cambió


pudiste pronunciar esas nuevas palabras


libertad, libertad, aunque sonara utópico






Era la historia otra. Y eran otras las cosas.


Y seguían los mismos que habitaban tus miedos


Aquella vieja radio años llevaba años rota


y la radio rebelde era sólo nostalgia






Vos me enseñaste, padre, a andar en bicicleta


y a mirar la pobreza con orgullo y sin miedo


Y que todo es de todos cuando el hambre lo dice


y que el dinero vale para comer hoy mismo






Padre, yo no sé si he tenido tiempo para contarte


de mis libros y versos. De mis tristes triunfos,


de todos mis fracasos. Ni de las muchas veces


que te he echado de menos cuando he llorado solo






Y de lo que me gustaba el mediodía del sábado


cuando almorzábamos como cuando era niño


y me decías que, al fin, los demócrata cristianos


cambiarían la historia y había que darles tiempo






Luego fuiste dejando memorias y recuerdos


Y tu mundo fue oscuro como el de aquellas noches


de los cuentos de la abuela en la cocina fría


y mirabas sin vernos… y llorabas a veces






Ahora, en estos días oscuros de mi vida,


cuando tengo los mismos años que pesan en el alma,


te recuerdo callado y me dicen a veces


que soy como tú mismo. Y, como vos… yo callo.

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