A mi padre
Estos días, padre, y en este sol de ocaso
me viene tu recuerdo como un viento caliente,
el viento que en verano acunaba las siestas
y secaba el camino por donde vos llegabas
Recuerdo tus silencios en las noches de lluvia
Cuando, sentados juntos, la abuela contaba historias
y vos te sonreías del miedo y de los muertos
Y decías: “A quien hay que temer es a los vivos”
Luego más tarde supe, padre, que tus temores
venían de muy lejos y habitaban cercanos
en las calles de barro y en las casas de adobe
y te ahogaban el pecho y el corazón cansado
Pocas veces hablaste de la revolución, aunque a veces
nos dejabas que viéramos la cicatriz zigzagueante
que aún tenías en el cuerpo y nosotros pasábamos
los dedos por aquellas testigos del horror del 54
No estuviste en el bando de quienes conquistaron
esa supuesta paz que te trajo el miedo de los días,
el silencio del hambre, la búsqueda imposible
del sueño de un muchacho de veintitantos años.
El miedo de los vivos te ha acompañado siempre.
Y puso entre tus brazos el dolor de las cosas,
cuando Guatemala no era, sino la historia triste
más triste de todas las historias… de la historia
Te recuerdo en la noche cuando en la vieja radio
buscabas entre ruidos que ya estaban prohibidos
la esperada noticia de que, al fin, ese día
un viento bien distinto lo barrería todo
Pero nunca llegó aquello que esperabas
Ni siquiera más tarde, cuando todo cambió
pudiste pronunciar esas nuevas palabras
libertad, libertad, aunque sonara utópico
Era la historia otra. Y eran otras las cosas.
Y seguían los mismos que habitaban tus miedos
Aquella vieja radio años llevaba años rota
y la radio rebelde era sólo nostalgia
Vos me enseñaste, padre, a andar en bicicleta
y a mirar la pobreza con orgullo y sin miedo
Y que todo es de todos cuando el hambre lo dice
y que el dinero vale para comer hoy mismo
Padre, yo no sé si he tenido tiempo para contarte
de mis libros y versos. De mis tristes triunfos,
de todos mis fracasos. Ni de las muchas veces
que te he echado de menos cuando he llorado solo
Y de lo que me gustaba el mediodía del sábado
cuando almorzábamos como cuando era niño
y me decías que, al fin, los demócrata cristianos
cambiarían la historia y había que darles tiempo
Luego fuiste dejando memorias y recuerdos
Y tu mundo fue oscuro como el de aquellas noches
de los cuentos de la abuela en la cocina fría
y mirabas sin vernos… y llorabas a veces
Ahora, en estos días oscuros de mi vida,
cuando tengo los mismos años que pesan en el alma,
te recuerdo callado y me dicen a veces
que soy como tú mismo. Y, como vos… yo callo.
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