sábado, 31 de julio de 2010

EL SON CHAPIN

El año 1969 cambió mis sentidos irremediablemente. La colaboración con los “compas”, los muchachos, si así se les puede llamar, consistió en salir varias noches a pintar en las paredes de edificios públicos “Vivan las Far”, “Pueblo unido...”. El Tacua, al cual conocí desde que entramos al internado, había sido uno de aquellos estudiantes que, aquella noche de octubre de ese año, habían regresado al Instituto con la cabeza y el alma descalabradas. Era el brazo derecho de uno de los líderes de la guerrilla, encargado de la célula de la costa sur. Eso lo supe después. El Tacua y Edgar “el cobanero” pidieron mi colaboración; yo accedí. Durante siete años los guatemaltecos bajamos la cabeza y seguimos con nuestros quehaceres. Le dije que sí al Tacua, para sentirme menos cobarde.

Me interceptaron a dos cuadras de mi casa. Me cubrieron el rostro con una manta que olía a cigarro corriente y me arrojaron dentro de la “Suburban”.

Me llevaron a la estación de la policía: El Cuartel, decían ellos. -Ya te jodiste cerote. Ahora te toca cantar.

Me metieron en un cuarto de paredes descascaradas en las cuales se adivinaba un remoto color amarillo. Me golpearon. Querían saber dónde se escondía el jefe del Tacua. Casi me ahogaron en una palangana llena de agua turbia y maloliente –“ahora sí te vamos a quebrar el culo, patojo cerote”.

Mi cuerpo era una sonora palpitación; un desnudo, húmedo y amoratado cuerpo. Llegó el de la cicatriz, de rango superior, porque todos se le cuadraron y le dijeron Jefe. Hombre maduro, alto (o tal vez no, pero desde mi silla todos eran cíclopes rabiosos), delgado, se le notaban las costillas como a esos perros callejeros que han aprendido a sobrevivir. Se inclinó y viéndome a los ojos, dijo:

-Mira, patojo, déjate de cabronadas, nos dices lo que queremos y te vas al Instituto y todos contentos. A ver Coyote, pásame la cuerda, les voy a enseñar a trabajar, ¡inútiles!

Ahí estaba parado el Jefe desenredando una cuerda delgada, brillante, tersa. Yo observaba sus ojos absortos y su cicatriz, que escurría del ojo hasta formar un absurdo corazón en el pómulo. Su cicatriz, que me recordaba al malo de la película.

Con la cuerda me amarró el escroto, cada mano sostenía una punta:

-¿Sabes qué es esto? una cuerdita de guitarra. Ahora sí, tú cantas y yo tocó el Son...

Tiró. Grité que no conocía al jefe del Tacua. Grité, aullé. Mi cerebro comenzó a besar los labios consoladores de la locura. Un ruido seco, como de liga que se rompe, me hundió en una irreversible oscuridad.

Desperté en un consultorio de enfermería. Estuve inconsciente cinco días. Oí una voz:

-Ya despertó.
-Qué suerte tienes, no te moriste- dijo el Coyote. –Además, te voy a llevar al Instituto. Ya atrapamos al responsable de la célula aquí en Mazate. Ni hablar, al Jefe se le fue la mano.

Me dejó a una cuadra del Instituto.

-Cuidadito con hablar, o la siguiente es tu viejo, sabemos que vive en Coatepeque- dijo, al arrancar el coche.

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Las seis y cuarto de la tarde. El estómago le ardía, el fuego le subía a la garganta. Hubiera querido correr por el parque central y treparse al asta para gritar toda la rabia, el dolor, la impotencia que hacía 24 años traía cosida en la entrepierna. Trepar al asta y despertar al Quetzal de la bandera para que le sacara los ojos de la memoria.

Entró a la estación de la novena. El andén estaba atiborrado: el colapso natural a las horas de mayor afluencia en una ciudad desordenada. José se escabullía entre cuerpos, chamarras, faldas floreadas y muecas impacientes de los usuarios.

-Cuando los buses están a reventar, hay que subirse por las ventanillas.

El dolor imaginario en la entrepierna lo hacía sudar. Levantó el rostro para robar un aire fresco que no entraba por ningún lado. Un brillo sonrosado lo deslumbró. El terror le dilató aún más los poros. Un terror torcido comenzó a mutar cuando de las calles cercanas surgió la figura. Lo observó, era el Jefe. La masa humana del andén comenzó a vibrar, a tratar de abordar. El chofer aceleró. El Jefe se quedó en la puerta de acceso al bus.

En la carretera, por la entrada a las Naciones Unidas, José se paró, dirigiéndose a la portezuela. Se acercó a su oreja tan sonrosada como su cicatriz: -Báilame este Son-. El Jefe volteó y la sorpresa arqueó sus cejas.

José sólo ayudó a la inercia de la masa: una anónima y discreta palmadita en la espalda. Cerró los ojos y ajeno a la gritos de espanto de la gente sonrió imaginando los labios de la locura y los testículos del Jefe esparcidos por la vía.

CAMPANAS DE RABINAL

La CEH, después de analizar los antecedentes que obran en su poder, llegó a la plena convicción de que efectivos del Ejército de Guatemala, con la concurrencia de patrulleros de la comunidad de Xococ, ejecutaron arbitrariamente el 13 de marzo de 1982, a un número estimado en 177 personas inermes de la comunidad de Río Negro, Rabinal, entre mujeres, niños y niñas, en violación de sus derechos humanos.



Repicaron  las roncas campanas
cuando en recio y confuso desorden,
aparece el viejo capataz de la mesnada,
el corazón a la piedad cerrado
y a la doliente súplica el oído.

Llegó el asesino: inquieto, altivo, belicoso,
hipócrita, resuelto... a sus pies lacayos que se inclinan se arrastran, murmurando su condena
Habló, y la mentira manchó sus labios trémulos
Y por las naves del templo sombrío
Tres Cruces, Chitucán, Inebe, Plan de Sánchez
decían  la humilde plegaria:
!Venganza, venganza!.

Lloraron las campanas:
Anunciaron dolientes la hora del juicio,
porque el astro que sube a los cielos 
es astro que alumbra vergüenzas y lagrimas.

Allá,  sobre las cumbres de la sierra,
como turbas de ilotas y reptiles,
congresistas, gobernadores y ministros
 le adulan y le cubren

Ellos son: los que ayer,
pregonando con voces vibrantes su amor a la patria,
nos hablaron de nobles anhelos,
de alientos viriles, de heroicas gestas.

Se oyen gritos:
Allá va... ¡detenedle! ¡Asesino! ¡Asesino!
exige el pueblo, ancho muro de pechos viriles,
de brazos unidos y choque de piedras.

El pueblo gime:¡Por favor!, deténganlo ¡Deténganlo!
pónganle sin piedad el yugo y la mordaza
antes que al rostro, con brutal franqueza
nos lance su estridente carcajada!

Yo se lo que dicen las viejas campanas
las roncas campanas del pueblo
cuando vibran en brusco desorden:
ya sé lo que dicen: ¡Venganza! ¡Venganza!

viernes, 30 de julio de 2010

Lynndie England...la discípula






¿Cómo dicen, no escuché?
El dedo admonitorio de los yanquis
Cumpliendo el principio hitleriano:
/antes de morir la víctima
debe ser degradada
así el asesino siente menos
al peso de su falta/
Lynndie England lo sabía
El dios Bush con fulgor luciferino
dijo amén...

Las buenas conciencias del mundo
Expresadas en frases vacías
“el mundo está mal”, “la vida es linda”
“hagamos un mundo mejor”
“soldados cumpliendo con su deber”..............!!


Frases, frases, sólo frases
Frases hueras y cursis
Frases hipócritas
De las vaguedades dilatadas
Del relativismo inocuo
De la cobardía sonriente
Del servicio a los señores
De la mentira...

Imposible ausentarse de la realidad

/dicen que las bombas matan menos que la imagen
que las bombas pueden acabar con las torres o Faluya
mientras echan a los obreros
de otra fábrica ocupada/

Generalicemos esta idea:
la violencia por la violencia, regocijante, cruel,
envileciendo al detenido
¡El racismo, el subhombre, el animal!
con un lazo al cuello...
el superhombre con el lazo en la mano
dotado de poderes búshicos
(por ejemplo, sexuales)
inculcadas desde arriba
en tiempo real por la propaganda
/los medios de comunicación/
¡Dios Salve a América!

¡Piedad, Señor, piedad para ese pobre pueblo!
Castigo para el canalla “dios Bush”
ladrón que asalta el petróleo en la noche,
don Juan que viola esa doncella casta
tahúr de oficio que se mete en el pueblo
y asesina sus gentes honorables y mansas

Hay-dar Sabbar A-bed
uno de los torturados, taxista, vive;
Lynndie England, la soldado-rostro, salió de
una casa rodante, y ahora va a “juicio”
y el petróleo de Irak, mientras tanto
alimenta a 125 mil soldados de ocupación

¡!Dios salve a dios!! 

AUTOBIOGRAFIA





Primer intento:
Nací en un barrio, Las Delicias, en Cuilapa, Santa Rosa; crecí sin grandes contradicciones, en diferentes lugares... como gitanos dice mi madre.
Un hombre es un hombre; una mujer es una mujer. De todas formas crece, se reproduce y muere.

Segundo intento:
Por mi abuela paterna y sus historias soñaba al pié del Tecuamburro habitaba un enanito que poseía una olla llena de monedas de oro.

Tercer intento:
Comía frijoles con plátano todos los días y cazaba cuanto animal alado o terrestre con mi honda, después vinieron los tiempos de los primeros pitillos y “serote” no me toqués, que te rompo la jeta.

Cuarto intento:
Se llamaba Julia, cirquera de oficio, corazón de limón, yo tenía diez años, ella veinte. “Vení, vení, no seas sonso vamos a buscar el gato debajo de la cama”
Hoy podría dejarle flores en el camposanto.

Quinto intento:
Los miércoles era el día de las novenas, es decir, el día de más propinas en la iglesia de San Miguel, Guazacapán; los muertos vivos, rezaban por sus muertos muertos, y ponían su diezmo en la alcancía especialmente preparada.

Sexto intento:
Mi madre nació en Cuilapa, igual que yo, cerca de una iglesia; mi padre nació en Guazacapán, cerca del Tecuamburro, de ahí mi solemnidad. Mi madre solía contarme historias de amor.

Séptimo intento:
Yo era pulcro y me lavaba todos los días el corazón. Después vinieron los veranos violentos; los amores ingratos, las despedidas violentas.

Octavo intento:
Fui vendedor de periódicos, feriante, estudiante de ingeniería, karateca, caminador incansable, acólito, psicoanalista fuera de la ley, tornero, lector de novelas del oeste, colaborador de los “otros” en mis violentos años en que fui sindicalista obrero. Digamos que todos estos oficios, fueron delicados, como el agua de rosas, digamos por ejemplo que me gustaría tener un caballo de carreras, como en mi infancia me hubiese gustado tener una bicicleta, un tren eléctrico y una novia trapecista.
Digamos por último que me gustaría ser cantante de rock, y lanzarles gritos de amor, desgarradores gritos de amor a las jovencitas de los primeros palcos.
Pero ya no puedo. A mis cincuenta y cuatro años haría el ridículo gritando en el teatro Roma al ver a la morena izabalense en el concurso de señorita “las mejores piernas”.

Último intento:
Soy escritor en un país analfabeta. Escribo mis utopías, me refugio en la libertad de mi ordenador, a veces experimento por amor al arte y me escondo de la hez de la sociedad. De tanto leer he quedado escrito por otros. Por eso cuando quiero escribir por mí, siento que ya lo han hecho. Porque si tuviera que escribir mí biografía, mi vida, no habría diferencia entre lo que pasó afuera y adentro. Ni habría una línea divisoria entre lo que fue suceso exterior y lo que fueron textos ajenos.

Un cabrón dijo que todas las vidas merecen ser escritas. Pero algunas, como la mía, son plagios.

Lo dejo a su criterio lector Ileso. Ileso, por lector.

RETAZOS HONDUREÑOS


Retazos hondureños


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Al comenzar el siglo XX, Honduras era un país agrario con medio millón de habitantes. En Febrero de 1903, asumía la presidencia con respaldo popular el General Manuel Bonilla, quién, siguiendo el ejemplo de los sátrapas, derogó, por séptima vez en la historia del país, la Constitución del Estado. Ese año, las relaciones con Guatemala se enrarecen y desembocan en una guerra que termina con el Pacto Barblhead. Ese mismo año también, el Rey de España dictó el laudo de límites con Nicaragua que llevó a la revisión de las tres líneas fronterizas. A causa del laudo, en 1907 estalla la guerra con Nicaragua que provoca la caída de Bonilla quien es derrocado por los liberales con el respaldo del presidente de Nicaragua José Santos Zelaya.

La prensa centroamericana post-girondina, inspirada en un criterio convencional y estrecho, donde no se pretendía más que anestesiar, con un lenguaje circunspecto y una habilidad sofísticada, la mente de las masas populares, seguía medrando al amparo del poder. El sopor que reinaba en las esferas sociales se reflejaba en los folletinistas, quienes faltos de acción y volición, rodeaban (todavía se acostumbra) al “tata” presidente de cada república, derramando sobre el pueblo sus ideas enervantes. No existía la prensa de oposición y de combate, estaba emparedada entre la sotana y la gorra militar.

El Dr. Lorenzo Montúfar se convirtió en el primer panfletista centroamericano de cuerpo entero que lanzaba sus vibrantes anatemas al grupo clerical que le respondía (como siempre) con sermones y excomuniones.

Fue un ilustre hondureño que se llamó Álvaro Contreras (suegro de Rubén Darío) quién fundó el primer periódico, dándole nueva savia en las venas empobrecidas de la vieja ciudad colonial, “Suprimid el genio de Morazán y habréis aniquilado el alma de la historia en Centroamérica”. Sin la acción del héroe desaparece el drama de nuestra vida nacional. El patíbulo del General Morazán es para él una luminosa transfiguración; es “la esplendente nube en que puso firme el pie para remontarse al cielo”. (Fragmentos del Discurso de Álvaro Contreras, pronunciado en San Salvador, el 15 de marzo de 1882, al colocar la estatua de bronce de Morazán en esa ciudad).

En El Pueblo, de La Ceiba, bisemanario que redactaba don Francisco Mejía; en la mayoría de publicaciones de ese período predominó el editorial doctrinario, generalmente de política local, como el de El Estado, elDiario de Honduras o El Tiempo, letras añejas que rememoran mejores épocas. El Tiempo, diario del recordado don Froylán Turcios, fue de los primeros que dedicó una edición a uno de esos tempestuosos escritores, José Antonio Domínguez, poeta ilustre que tenía para su época el romanticismo de sus experiencias literarias clásicas y modernistas. Lamentablemente se llevó consigo un mundo de ideas y sensaciones que no quiso, o no pudo expresar, así como el homenaje al poeta Salomón Ibarra Mayorga quién nació en la floreciente ciudad de Chinandega, el 8 de septiembre de 1887.

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Tegucigalpa. Hacia finales del siglo XIX destacó la labor realizada por el presidente Marco Aurelio Soto (1876-1883) con su Secretario de Estado, el ideólogo de la Reforma LiberalRamón Rosa. Bajo el mandato de Soto la capital de Honduras pasó de Comayagua aTegucigalpa ya que esta comunidad se encontraba más cerca las minas; una de sus principales ciudades mineras fue la ciudad Santa Lucía, ubicada al este de Tegucigalpa hasta la actualidad muchas personas visitan este pequeño pueblo para observar lo que fue uno de los principales centros mineros de Honduras. Las malas lenguas cuentan que Marco Aurelio Soto tenía una amante en Tegucigalpa y fue un motivo más del traslado de la capital.

El comercio extranjero que en su mayoría invadió las principales ciudades se aprestaba a preparase por la llegada de la Semana Mayor. Los habitantes de las ciudades lucían en esa temporada sus mejores galas. Las casas se blanqueaban, salpicando las aceras de lluvias lechosas, confundiendo las acres emanaciones con el perfume imborrable de las Flores de coyol que empezaban a llegar a los mercados procedentes del área rural. Daban inicio las lentas y solemnes procesiones con el sonido que llegaba desde el campanario de la iglesia San Francisco de Asís, templo que data de 1732.

Entre flores de palmeras; altares pobres y deslucidos bajo la lluvia de las Flores de coyol, matracas que con su canto cuál cigarras, hacían recordar por extraña evocación la niñez lejana, ángeles rosados y resplandecientes en andas, sermones gangosos sobre muchedumbre de rodillas; la Virgen con los siete puñales; el Cristo exangüe y sangriento, descendiendo de la cruz o amortajado en la vitrina que servía de ataúd.

Viernes Santo, silencio de agonía, de reflexión. La Gloria del Sábado y la procesión triunfante del Domingo de Pascua acompañada de una multitud risueña.

Parece que rondara un alma en pena...
Ahora son los grillos... no, no escuches,
Es el búho que llama desde lejos (...)
Abre ahora los ojos, ya es muy tarde,
Ya los primeros rayos en tu alcoba
Se han deslizado tan furtivamente
Que ni siquiera los sintió la sombra.
 (Ib: 34)

Jorge Federico Travieso forjó uno de los mundos más delicados y consistentes que encontramos en la poesía hondureña y el cual se compiló con el nombre de La espera infinita. Dentro de los ciento cuatro poemas del libro, sólo encontramos tres o cuatro de tipo social. "Antaño era dulce" (el anciano que, en medio de su pobreza, maldice al capital); "Viejo criado de la casa" (deplora la vida de humillación del antiguo servidor familiar) y "La moral" (cuestiona a los pseudomoralistas, catones antojadizos de la conducta ajena, esquivos de sus propias faltas).

Posteriormente variantes del regionalismo se siguieron manifestando más acá de la segunda mitad del siglo XX. La razón la da Manuel Salinas Paguada cuando habla de la narrativa criollista determinada por el carácter agrario y feudal de la economía, que determina la máxima concentración de la población campesina en las zonas rurales donde impera una oligarquía terrateniente en posesión de las tierras cultivables.

Estos pueblos pobres observaron con desconfianza el comercio del banano que se hacía fluir a Norteamérica. Nuevos almacenes y edificios a costa del descuaje de bosques enteros. El dólar, omnipotente y sonoro, lo allanó todo, lo arrolló todo. Los mostradores de tiendas y cantinas rebosantes de parroquianos, era la apoteosis de Plutón, la gloria del metal maldito, el triunfo del capitalista sobre el trabajo sudoroso y jadeante del catracho… inicio de la toma de conciencia.

A lo largo de esos años, los compradores estadounidenses de bananas pasaron a ser cultivadores, mediante concesiones del gobierno, lo que les permitió hacer inversiones en la agricultura y convertirse en propietarios de la tierra. Normalmente los agricultores llevaban la fruta a las playas donde eran cargadas en lanchones y de ahí a los barcos estadounidenses que los transportaban a los puertos de EEUU.
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A pesar de la bonanza, los fines de semana en Tegucigalpa se convertían en un abúlico y somnoliento pasar y mirar. En la mañana las campanas llamando a misa con su lúgubre tan, tan, tan. Una que otra devota asmática acompañada de los más pequeños de la familia se apresuraba a llegar a las gradas de Catedral. A su paso se cruzaban con los gomosos locales que flirteaban en la puerta del templo, haciendo muecas y “pidiendo” un trago para la “goma”.

Daban ganas de marcharse de esa fúnebre desolación de las calles. Los almacenes cerrados herméticamente, la vida comercial se estancaba. No quedaba más remedio que meterse a las cantinas a tomar cerveza o copas de güisqui tradicional. La juventud citadina con lo mejor de su guardarropa se paseaban en el Parque Morazán, fumando y haciendo la corte a las muchachas al son de los instrumentos de la Banda Marcial. A pesar de su ligero toque de modernismo, Tegucigalpa era una población a la antigua, melancólica y bostezante, sin tráfico ni vida.

En el rastro o matadero de bovinos construido al poniente de la población, junto a la orilla del Río Grande, se observaban hambrientas y soleadas a las víctimas que esperaban su turno atadas a postes. Mientras los verdugos, generalmente “engomados”, afilaban sus instrumentos. Se hacía el sacrificio de las pobres reses, ni más ni menos como en la época cuaternaria… tiempos aquellos.

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Las veladas líricas literarias que se llevaban a cabo durante los juegos florales, se plasman en El Estado y el Diario de Honduras: “La velada verificase en el Salón de retratos, florido de bellas mujeres, constelado de focos eléctricos, resplandecientes de tremoles, de la plata y el oro de los muebles. Dióse en él cita lo mas selecto de nuestra sociedad…”

Se recuerda a Fausta Herrera, Rómulo Durón, Céleo Dávila, Rubén Bermúdez, Antonio Ochoa, Jerónimo Reyna, y muchos mas que hicieron brillar las letras hondureñas, sin encharcar la prosa ni deshonrar la rima.

“Maldita sea! ¿Por qué no opté yo el grado de general, en vez de ese título comprometedor para ser ‘general’ no se necesita saber nada, ni siquiera haber peleado....” Extracto del cuento “Doctor General” escrito por Juan Pablo Wainwright, conocido dirigente popular fusilado en Guatemala por órdenes del dictador Jorge Ubico.

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¡Silénciese el ave! no (sic) charlen los vientos,/ acalle la fuente su límpida estrofa:/ para esas dos almas, quietud y respeto,/ que se están amando cual no se aman otras.// -El nixtamalero/ del amanecido/ chulito lucero/ yabía encendido./ Vos por la ladera/ veniyas bajando/choyuda jalando,/ la chele ternera,/ a la ternerita/ jayada entre unas/ borroñosas tunas/ una mañanita. Jorge Federico Zepeda (1883-1932)



Fuentes consultadas:
Molina, Juan Ramón. Prosas. Ediciones del gobierno de Guatemala. Colección los clásicos del istmo. 1947.
www.exordio.com/1939-1945/ paises/Latinoamerica/honduras.htm
www.ccj.org.ni/press/libros/lg/CorteMga/cm_cap1.htm
www.hondurasliteraria.org/

Hipócritas ¡Quitémonos las caretas!

Cuando mis amigos fraternos lean el párrafo anterior entenderán que soy un reincidente, que no aprendo y que a la larga terminaré pagando el precio de mi falta de “tacto” con un enorme costo social y político, por ser tan irreverente y tan poco diplomático en las formas, yo les acepto el reto y les reconozco el riesgo de caer en el desprecio de los actores “importantes” de la vida nacional, los gestores de las fuerzas vivas y sus complementos y suplementos, quizás me aplicarán el ostracismo o peor aún la mejor práctica de ignorar mi humanidad insignificante para sus quehaceres cotidianos en la sociedad globalizada del chat y bajo el gobierno del estado wikipedia- facebook.
     El quehacer de opinión pública, consciente del escenario que vivimos, debe implicar compromiso social, voluntad de cambio, capacidad de diagnóstico, autocrítica y, sobre todo, potencial para educar y cohesionar la indignación colectiva en el combate a la pasividad, la anomia y la apatía de quienes en su zona de comodidad se convierten en legitimadores indirectos de los que creen que son propietarios del país.
     Criticar “la cosa” desde un taller, la piscina del club, el bar de moda, el restaurant de comida light o en la última sesión de spinning del gimnasio, o protestar con guardaespaldas a la par, hablar sobre como esto está “jodido” calentando el jacuzzi o después de saludar al funcionario corrupto con un abrazo cordial, mientras el policía que cuida la casa no sabe a qué hora comen sus hijos o quién los educa, nos convierten en cómplices del Príncipe, fieles discípulos de Maquiavelo y compromisarios del famoso “dejar hacer y dejar pasar”.
     Y entonces que hacemos, pregunta uno desde su Windows Messenger; cómo podemos protestar, pregunta otro desde su página de facebook; debemos hacer algo, grita otro a través de skipe, unas pancartas, consignas, una caminata, una protesta contra la corrupción, una declaración en la prensa, de repente se llena el “buzón de quejas sociales” de masivas y creativas sugerencias, lástima, ¡Lástima! que nadie sugiere que nos quitemos las caretas, las máscaras y que ¡actuemos!