Prolegómeno
… y sobre todo desconfié de los que no
saben reírse de sí mismos. Poetas
solemnes, sin humor, profetas que sólo saben aullar y discursear. Todos esos
hombres son peligrosos
¿Qué vida es la de aquel a
quien falta el vino?
Eclesiástico
31, 33.
Hace
muchos años me reencontré con un amigo, ex alumno como yo, del Instituto
Técnico Industrial de Mazatenango, el glorioso Georg Kerschensteiner, teníamos
una relación de amistad tan enferma como para que los años que dejábamos de
vernos no causaran un cáncer de distancias. Pero esa ocasión tan sólo había transcurrido cinco años (Que son cinco
años en una vida) y unos días antes de volvernos a encontrar en el autobús que
iba de regreso a la ciudad que nos vio crecer, Coatepeque. Como era de esperarse en el andar
de dos almas insanas, una sin saberlo, la de él, y otra con conocimiento de
causa, la mía, en cuanto llegamos nos metimos a un bar del centro que abre
clandestinamente sus puertas después de las cuatro de la mañana. La borrachera
y las pláticas absurdas se prolongaron hasta el amanecer y decidimos que lo
mejor en esos casos era no dormir para evitar perdernos del día, así que nos
fuimos a la casa del amigo por el Barrio Esquipulas, platicamos hasta la
madrugada y la seguimos durante la mañana.
Cuando fue hora en que las cantinas abrían sus inmorales puertas de
“buenas bocas” y cerveza, nos dirigimos a la primera que estuviera en nuestro
camino. La “reunión” siguió hasta la
noche, cuando nos mudamos a un bar en el barrio El Jardín (el mismo que el
recuerdo me pasa a cuenta junto con una seducción a la dueña, cuando
adolescente, medio borracho (¿cuál es la frontera?, y con el dueño, el esposo,
atrás de mí). A cantidad de años después, mi presencia no significó más que un
“usted era cliente” por parte del dueño junto con una sonrisa de cortesía que
podía encerrar cantidad de improperios (seguramente), aunque parecía ser en
primera instancia que ya no había “una dueña” o al menos ya no estaba, y para
mí fue más cómodo seguirla sin que mi pasado me cobrara una de las múltiples
tonterías que hube de cometer.
La reunión de estas dos almas enfermas de nostalgia continuó un par de horas más, hasta que el amigo, haciendo uso de una de mis tendencias más rechazadas en el pasado, sugirió ir a bailar. Pedimos la cuenta y fue el dueño quien personalmente nos la trajo, con su sonrisa de cortesía y unos dulces de menta. Parecía que le daba gusto que nos fuéramos de su bar (parecía que le daba gusto que me fuera de su bar). Era evidente que si se acordaba de mí, también se acordaba de esa noche hace bastantes años en que quise enamorar a su esposa… justamente cuando me cobraban…, por lo que me clavó la mirada con un rencor que no podía esconderse cuando el amigo y yo nos acercamos a la caja para pagar… y que era atendida por una adolescente casi niña y casi idéntica a esa imagen conceptual de mujer que tengo grabada en mi mente como una borrosa impresión del pasado en estas calles de la insania. ¿Mi Maga? No conocía a Cortázar.
La reunión de estas dos almas enfermas de nostalgia continuó un par de horas más, hasta que el amigo, haciendo uso de una de mis tendencias más rechazadas en el pasado, sugirió ir a bailar. Pedimos la cuenta y fue el dueño quien personalmente nos la trajo, con su sonrisa de cortesía y unos dulces de menta. Parecía que le daba gusto que nos fuéramos de su bar (parecía que le daba gusto que me fuera de su bar). Era evidente que si se acordaba de mí, también se acordaba de esa noche hace bastantes años en que quise enamorar a su esposa… justamente cuando me cobraban…, por lo que me clavó la mirada con un rencor que no podía esconderse cuando el amigo y yo nos acercamos a la caja para pagar… y que era atendida por una adolescente casi niña y casi idéntica a esa imagen conceptual de mujer que tengo grabada en mi mente como una borrosa impresión del pasado en estas calles de la insania. ¿Mi Maga? No conocía a Cortázar.
…
al siguiente día retorné a
Quetzaltenango a mi trabajo, al llegar recorrí la plaza central de la ciudad y me
detuve a comer un elote asado con limón y sal, mientras escuchaba a los
voceadores con las noticias del día anterior. He de decir que siempre me gustó
más el parque central de antes; me parecía más cálido, con menos cemento y más
verde. Meditando, sentado en la banca de cemento, atrás de doña Elisa, fijé los ojos en el Pasaje Enríquez, las mesas
y sillas del bar Tecún apiladas, olvidadas después de una noche plagada de
turistas, trovadores, poetas… pensé:
¿Porqué no hacer un homenaje a estos lugares “terapéuticos” de nuestra Guatemala
que tienen mas historia y traen más recuerdos que la historia misma del país?
¿Por qué
terapéuticos? Porque el bar o cantina, espacio de refugio, de espera, lugar de
huida, de ilusión, de angustia, de alegría, de amistad y de muchas otras cosas
más, es una entidad social que juega un papel definido en la zona
socioeconómica en la que está enclavada.
Es también un jardín
heterogéneo donde florece la interrelación humana al calor de la camaradería
que manifiesta un deseo grato de que todo problema humano, sea político, social
o religioso, se resuelva con facilidad y prontitud. Significa sociabilidad,
calor humano, conversación amena, distante de todo problema que aqueja a la
humanidad. Es lugar donde se acrisola la voluntad en el uso o abuso del libre albedrío.
Las cantinas son lugares para bebedores, no para enfermos
alcohólicos.
Las cantinas o bares en Guatemala
representan una gama de contrastes, vilipendiadas por algunos y veneradas por
muchos otros. Puntos de reunión en donde los hombres hablan de sus amores,
desamores, alegrías y sufrimientos, sin censura alguna para expresar opiniones.
Hace tiempo eran lugares restringidos exclusivamente a los hombres. Era prohibida
la entrada a mujeres, menores, lustradores, uniformados, ensotanados etc. Han
evolucionado, ahora existen en su modalidad de restaurant-bar o ladies bar, a
fin de aligerar el ambiente de cantina y permitir la entrada a mujeres; aunque
actualmente por ley no puede prohibirse la entrada a mujeres incluyendo
cantinas de las típicas, esas de ambiente ríspido y concurridas por “bolos de
pelo en pecho”. Sin embargo, esas viejas cantinas siguen existiendo y uno tiene
la oportunidad de seleccionar el tipo de establecimiento que desee.
En algunas cantinas o bares chapines
también se podía discutir de cosas no tan serias como lo es la vida diaria, se
discutía de arte, política y ciencia, así los creadores, músicos y otra serie
de bichos raros podíamos dar rienda suelta a la creatividad y algunos para inspirarse y producir sus
obras excelsas, es vox populi en Quetzaltenango, de acuerdo a lo que me narró
don Oscar Leal, que la letra del
segundo himno de Guatemala: Luna de Xelajú, se la compró el huehueteco Paco
Pérez a un “Bolito versificador” quezalteco dueño de una sombrerería y barbería,
don Luis Álvarez “artista, versificador y bohemio”. Ejemplos sobran, en los que por decir un
caso, se compusieron grandes versos que forman parte del repertorio clásico de
la música y la poesía chapina.
La ciencia, la mística, la filosofía
no son la excepción, es común escuchar a científicos, místicos, filósofos, en
especial los poetas, referirse a las cantinas durante los festivales de poesía,
de ser los lugares en los que mejores discusiones de letras se presentan y por
lo tanto los encuentros más productivos, durante dichos festivales se han
llevado a cabo en alguna de las cantinas o bares de este nuestro pueblo, al
cuál en una ocasión un representante nuestro, quien en el tiempo que habitó la
ciudad capital fue un asiduo parroquiano de algunos bares o cantinas de la
ciudad capital, el premio Nobel Miguel Ángel Asturias quien sabiamente dijo: “en Guatemala solo
bolo se puede vivir”
Así los bares, para bien o para mal,
han estado ligados al desarrollo cultural. Los escritores, para variar, son lo
que más ejemplos de vida en este sentido tienen. De esta forma
no es de extrañar, que en tierras lejanas hombres de esta
estirpe se reunieran a platicar y, entre plática y plática soñar en crear otra
Guatemala diferente.
Este libro pretende que los que
fueron, los que están y los que serán asiduos parroquianos de estos antros
filosóficos no se olviden que los bares y
cantinas han resultado un campo de inspiración y de conciencia social.
En fin, las andanzas por las cantinas son diversas,
es un crisol de acontecimientos que se recrean en una barra y en ellos hay de
todo, ahí no existen las clases sociales, tampoco estatus políticos, lo mismo
da ser el barrendero o el licenciado, el ex alumno que no logró ser nada en la
vida o su profesor que tanto le insistió en que hiciera la tarea, ahí no hay
gobierno ni religión, sólo existe el deseo de olvidar o encontrar, de encontrar
u olvidar, qué, eso sólo lo sabe cada uno de los que acuden a esos lugares, no
hay modo de saberlo ya que es un código de honor que sólo se confía en la
compañía del alcohol y que no se puede violar ese código porque es palabra de
hombre y la palabra en la cantina es lo que vale, hombre que no tiene palabra
no es hombre, hombre que entra a la cantina es sólo eso, hombre, sin nombre ni
posiciones, sólo hombre en busca de la medicina del alma.
¡Salud, pues!
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