lunes, 12 de diciembre de 2011

Memin Pingüin, Kaliman, Chanoc…. en el baúl de los recuerdos




…tenía diez años y un gato peludo, funámbulo y necio  que me esperaba en los alambres del patio  a la vuelta del colegio. Tenía un balcón con albahaca  y un ejército de botones  y un tren con vagones de lata  roto entre dos estaciones… 

Como quisiera oler el tiempo a través de esas fantásticas tiras de papel que llegaron a mi vida y desafortunadamente hoy están en extinción, como la fauna silvestre y la flora, como el tren a la estación. El ayer abrió su gran devastadora y cruel boca y se lo tragó todo, dejándonos la angustiante máquina del tiempo y sus depredadores.
La pequeña Lulú, El Pato Donald, Chanoc, El Hombre Araña, El Llanero Solitario, Gene Autrey, Tom y Jerry, Memín Pinguín, Kaliman (El Hombre Increíble ) Balám, Arandú, Porky, Bugs Bunny, y cientos más que no llegan a mi memoria.
Con sólo cinco o diez centavos podías reír y llorar de emoción, podías ponerte el disfraz de cualquier héroe y jugar en el rincón de la imaginación de aquella bella e inocente vida de niño que teníamos, los cuentos tenían un olor a papel de envolver, a discos de 33 revoluciones, y a chicle Corvis. El placer de recordar me lleva hasta mi infancia.



Estaba en tercer grado de primaria en la Federal Domingo Faustino Sarmiento de Cuilapa, Santa Rosa,  un montón de dulces y garabatos era mi vida, una alegría el sonar del timbre para salir a la casa de mi abuela al medio día, entrábamos a las ocho de la mañana, salíamos al descanso a las once, volvíamos a salir a la una a comer , y regresábamos nuevamente a las tres para salir finalmente a las cinco, llenos de matemáticas y español, con un gran aprendizaje y un terror al maestro o profesora, en fin; recuerdo un mal día en que llegué a casa me quité a fuerza de loco los zapatos, me descalcé para sentir el fresco del piso recién trapeado con pinol del de antes; no tenía hambre de comida: tenía hambre de leer mis historietas y vivir en ellas; todos mis cuentos estaban acomodados en una gran caja de cartón que mi abuelo me regaló, todos perfectamente numerados y sin maltrato alguno casi nuevos, allí estaba la familia Burrón, Memin Pingüin, Hermelinda Linda, Kaliman, El Santo, Chanoc  y una verdadera cátedra de Terror, tradiciones y leyendas de la Colonia
, ésta en especial me ponía la piel de gallo y se me erizaba el pelo, recuerdo historias como: La Ermita Endemoniada, La Doncella de Hierro, y La Leyenda del Apestoso, una visión demoledora de la época de la Colonia en México, en que se hablaba de brujería , endemoniados y fantasmas, también se daba rienda suelta a todos los instrumentos de tortura traídos de Francia e  


                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                   Inglaterra: mis ojos observaban detenidamente como se empleaban y como el verdugo gozaba de su ejecución: El Potro, El Barril, La Gota, La silla, El Cascanueces, El Garrote, La Doncella de Hierro, la tradicional Guillotina y La famosa Horca, en esos cuentos de terror se respiraba la tortura y el horror. 
Quise leer uno de mis ejemplares y me di cuenta que la caja no tenía mis “chistes” sino ropa y zapatos. Salí corriendo y preguntando qué era lo que sucedía, mi abuela, cuál coronel de infantería me dijo con voz marcial:  los tuve que regalar, ocupaban mucho espacio y además, ya estás muy grande para leer esas tonterías. Ese fue uno de los tantos motivos por el cual me volví rebelde, hasta que no me soportó más  y regresé con mis padres a Coatepeque. Solo moví mi cabeza y me fui de nuevo a la escuela. Perdí a mis amigos: los héroes, los amorosos, los verdaderos, la ilusión de papel de diez centavos. 


Después nada fue igual; llegaron otras editoriales, otros temas, otras vidas, otros tiempos.
Llegó el morbo, la nota roja, la violenta necesidad de vender, y la historieta pornográfica para satisfacer la libido-albañil, chafarote de bus urbano, Sucesos, Historias de taxistas, Amores de vecindad, y cosas por el estilo, típicas de lectores de malas intenciones. Así termina la vida arco iris tierno de la niñez donde uno y uno sumaron tres, donde no había maldad ni malas intenciones, sólo la de entretener con sueños plasmados en imágenes, donde las palabras no ofenden sólo pretenden crear un panorama tranquilo donde reina la felicidad, que hoy misma se ha marchado para siempre.

… mi madre crió canas pespunteando pijamas, mi padre se hizo viejo sin verse en el espejo, y mi hermano se fue  de casa, por primera vez.  Y ¿con quién?, y ¿dónde fue mi niñez? (Joan Manuel Serrat) 

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