“... ¿y para qué poetas en tiempos de penuria?”, pregunta la 248 elegía de Hölderlin «Pan y Vino». Hoy apenas si entendemos la pregunta. ¿Cómo podríamos entonces entender la respuesta que da Hölderlin?: ...No todo lo pueden los celestiales/ Pues antes alcanzan el abismo los mortales/ Así cambian las cosas con ellos/ Largo es el tiempo, pero acontece lo verdadero.
¿Qué dirían grandes poetas como Otto René Castillo, Irma Flaquer, Roberto Obregón, Alaíde Foppa, José María López Valdizón o Luis de Lión, si hubiesen presenciado el desfile del domingo anterior con pancartas donde se leía “Gracias a los soldados y no a los poetas podemos hablar en público”? Manifestantes pobres de espíritu, no saben que si el poeta calla… ¿Quien dibujara el sentimiento? ¿Quien escuchara la mar? ¿Quién dirá de que tamaño es el frío de la muerte? ¿Como luce una rosa en su rosal? O ¿Como huele en el pecho de un cautivo el aroma de la ansiada libertad? Si el poeta calla… ¿Quien llorará a la vida? ¿Quien de la muerte se reirá?…

Ante la pregunta de Holderin: ¿Para que sirve la poesía en estos tiempos de maldad y oscuridad?: Para sobrevivir gracias a la magia solar del verso. El poeta no debe callar, pero si lo hace su silencio debe ser la página sobre la que escribamos la palabra que dignifique al mundo, que reconstruya la patria.
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